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jueves, 11 de diciembre de 2008

ÚLTIMOS DISCURSOS DEL PTE. MONSON




A petición de nuestra amiga Lorena que recien comienza el camino aferrandose a la barra de hierr, publico los últimos discursos de nuestro querido profeta, el Pte. Thomas S. Monson, yo sé que es un profeta de Dios y espero que tú Lorena, lo puedas saber por ti misma también.

Discurso del Devocional de Navidad dela Primera Presidencia (7/Dic/2008)
Video
MP3

Discursos de la Conferencia General de Octubre de 2008

Si la quieres ver completa en Video

Sesión Sábado por la Mañana
Bienvenidos a la conferencia
Presidente Thomas S. Monson

Nuestro Padre Celestial está al tanto de cada uno de nosotros y de nuestras necesidades. Ruego que seamos llenos de Su espíritu al participar en los asuntos de esta conferencia.

Mis queridos hermanos y hermanas, los últimos seis meses desde que nos reunimos la última vez se fueron volando. Mucho es lo que se ha llevado a cabo a medida que la obra del Señor ha seguido adelante sin interrupción.

He tenido el privilegio, en compañía de mis consejeros y de otras Autoridades Generales, de dedicar tres templos nuevos: en Curitiba, Brasil; en la Ciudad de Panamá, Panamá y en Twin Falls, Idaho, por lo que el número de templos en funcionamiento por todo el mundo asciende a 128.

La noche antes de que se llevara a cabo la dedicación de cada uno de los templos, se efectuaron espléndidos programas culturales. En Curitiba, Brasil, cuatro mil trescientos treinta miembros del distrito del templo, con el apoyo de un coro de mil setecientas voces, presentaron un programa sumamente inspirado de canciones, danzas y videos. El enorme estadio donde se llevó a cabo el espectáculo estaba lleno de espectadores. Había estado ventoso y parecía que iba a llover. Hice una oración y le pedí al Padre Celestial que tuviera misericordia de aquellos que se habían preparado de manera tan diligente para que nos divirtiéramos, y cuyos trajes y presentaciones se echarían a perder con la lluvia y el viento. Él contestó esa oración, y la copiosa lluvia no cayó sino hasta más tarde, una vez que concluyó la actuación.

Se hizo una presentación de la historia de la Iglesia en Brasil con música y danzas. Una escena particularmente conmovedora fue la representación de los élderes James E. Faust y William Grant Bangerter, quienes prestaron servicio como misioneros en Curitiba en 1940. Al aparecer las fotos de ellos en las enormes pantallas, la audiencia aplaudió llena de júbilo. En general, fue un acontecimiento glorioso.

En la Ciudad de Panamá, la noche antes de la dedicación del templo en ese lugar, vimos a cerca de novecientos jóvenes, de todas partes de Panamá; vestían coloridos trajes folclóricos a medida que bailaban y presentaban mensajes sobre la familia, el hermanamiento y la fe. Nos enteramos de que habían estado practicando durante un año. Provenían de lugares tan distantes como las islas San Blas y la región Changuinola, al noreste de Panamá. Para llegar a la capital, los jóvenes de San Blas viajaron tres días por tierra y mar. El acontecimiento fue magnífico e inspirador.

En los preparativos para la dedicación más reciente de uno de nuestros templos, en Twin Falls, Idaho, los miembros locales de la Iglesia construyeron un enorme escenario en el lugar donde suelen llevar a cabo la feria de Filer, Idaho, y llenaron el campo con césped y otras decoraciones, incluso una caída grande de agua para representar las cascadas Shoshone, un famoso lugar ubicado a tres kilómetros de distancia del nuevo templo. La noche de la presentación, tres mil doscientos hombres y mujeres jóvenes entraron en ese campo ondeando listones azules y blancos, convirtiendo el lugar en la representación de un río grande y caudaloso. La celebración, intitulada “Agua viva”, de Juan 4:10, congregó a jóvenes de catorce estacas en el nuevo distrito del templo. Con música y danzas representaron su dependencia del agua viva del Salvador para su vida espiritual, y su dependencia de los arroyos y ríos de las montañas de la región para su vida física. Los que tuvimos el privilegio de presenciar ese acontecimiento fuimos elevados y edificados.

Yo apoyo acontecimientos como ésos, que permiten que nuestros jóvenes participen en algo que para ellos será verdaderamente inolvidable. Las amistades que forjan y los recuerdos que forman los llevarán consigo para siempre.

El mes próximo se rededicará el Templo de la Ciudad de México, tras extensas renovaciones. En los próximos meses se terminará la construcción de otros templos y se llevarán a cabo recepciones de puertas abiertas y dedicaciones.

Esta mañana tengo el placer de anunciar cinco templos nuevos para los cuales se han adquirido los terrenos y los que, en los próximos meses y años, se construirán en los siguientes lugares: Calgary, Alberta, Canadá; Córdoba, Argentina; Kansas City y la periferia; Filadelfia, Pensilvania; y Roma, Italia.

Hermanos y hermanas, nuestra fuerza misional, que presta servicio por el mundo, sigue en busca de aquellas personas que buscan las verdades que se encuentran en el Evangelio de Jesucristo. La Iglesia crece a ritmo constante, como lo ha hecho desde que fue organizada hace más de ciento setenta y ocho años.

Durante los últimos seis meses he tenido el privilegio de reunirme con líderes de países y con representantes gubernamentales. Aquellos con los que me he reunido tienen buenos sentimientos hacia la Iglesia y hacia nuestros miembros, y han demostrado cooperación y amistad. Sin embargo, hay todavía lugares del mundo donde nuestra influencia es limitada y donde no se nos permite compartir el Evangelio libremente. Del mismo modo que lo hizo el presidente Spencer W. Kimball hace más de treinta y dos años, los exhorto a que oren para que se abran las puertas de esos lugares, a fin de que podamos compartir con ellos el gozo del Evangelio. Al orar en aquel entonces en respuesta a las súplicas del presidente Kimball, vimos desplegarse milagros a medida que se abría país tras país, los que previamente se encontraban cerrados a la Iglesia. Eso mismo volverá a suceder si oramos con fe.

Ahora bien, mis hermanos y hermanas, hemos venido a este lugar para ser instruidos e inspirados. Algunos de ustedes son nuevos en la Iglesia; les damos la bienvenida. Algunos luchan con problemas, desafíos, desánimo o pérdidas; los amamos y oramos por ustedes. Durante los próximos dos días se compartirán muchos mensajes. Les aseguro que los hombres y las mujeres que les dirigirán la palabra han orado en cuanto a lo que deben decir; han sido inspirados y han recibido impresiones al buscar la ayuda y la guía del cielo.

Nuestro Padre Celestial está al tanto de cada uno de nosotros y de nuestras necesidades. Ruego que seamos llenos de Su espíritu al participar en los asuntos de ésta, la conferencia general semestral número 178 de la Iglesia. Ésta es mi sincera oración, y la digo en el nombre de Jesucristo. Amén.

Sesión Domingo por la Mañana
Encontrar gozo en el trayecto
Presidente Thomas S. Monson

Saboreemos la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor con amigos y familiares.

Mis queridos hermanos y hermanas, me siento humilde al estar ante ustedes esta mañana. Pido su fe y oraciones a mi favor al hablar acerca de lo que he estado pensando y lo que he tenido la impresión de compartir con ustedes.

Para comenzar, menciono uno de los aspectos más inevitables de nuestra vida aquí en la tierra: los cambios. En algún momento, todos hemos escuchado de una forma u otra el conocido dicho: “Nada es tan constante como los cambios”.

A lo largo de nuestra vida debemos hacer frente a los cambios; algunos son bienvenidos, otros no. Hay cambios en la vida que son repentinos, como la muerte de un ser querido, una enfermedad inesperada, la pérdida de bienes que atesoramos, pero la mayoría de los cambios se producen lenta y sutilmente.

En esta conferencia se cumplen cuarenta y cinco años desde que fui llamado al Quórum de los Doce Apóstoles. Como el miembro de menos antigüedad de los Doce en aquel entonces, admiraba a catorce hombres excepcionales que tenían más antigüedad que yo en el Quórum y en la Primera Presidencia. Uno a uno, cada uno de esos hombres ha vuelto al hogar. Cuando el presidente Hinckley falleció hace ocho meses, me di cuenta de que yo había llegado a ser el apóstol de más antigüedad. Los cambios producidos durante cuarenta y cinco años que surgieron poco a poco ahora parecen monumentales.

La próxima semana la hermana Monson y yo celebraremos nuestro aniversario número 60. Al mirar atrás a nuestros comienzos, me doy cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras vidas desde entonces. Nuestros queridos padres que estaban a nuestro lado cuando comenzamos juntos nuestra jornada han fallecido; nuestros tres hijos, que ocuparon nuestra vida por completo durante tantos años, han crecido y tienen su propia familia; la mayoría de nuestros nietos son mayores y ahora tenemos cuatro bisnietos.

Día a día, minuto a minuto, segundo a segundo pasamos de donde nos encontrábamos a donde estamos ahora. Por supuesto, la vida de todos nosotros pasa por modificaciones y cambios similares. La diferencia que hay entre los cambios de mi vida y los de la de ustedes son sólo los detalles. El tiempo nunca se detiene; debe marchar hacia adelante a un ritmo constante, y con la marcha vienen los cambios.

Ésta es la única oportunidad que tenemos de vivir la vida terrenal, aquí y ahora. Cuanto más vivimos, más nos damos cuenta de lo corta que es. Las oportunidades llegan y luego se van. Creo que entre las grandes lecciones que debemos aprender en nuestro corto viaje por la tierra se encuentran las lecciones que nos ayudan a distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es. Les suplico que no dejen pasar esas cosas tan importantes al hacer planes para ese futuro ilusorio e inexistente cuando tendrán tiempo para hacer todo lo que quieren hacer. En vez de ello, encuentren gozo en el trayecto: ahora.

Yo soy lo que mi esposa llama un “fanático de los espectáculos”. Me encantan las obras musicales; una de mis favoritas la escribió la compositora americana Meredith Wilson y se titula: “El hombre de la música”. En ella, el profesor Harold Hill, uno de los personajes principales de la obra, da una advertencia que comparto con ustedes. Él dice: “Si acumulan suficientes mañanas, encontrarán que han coleccionado muchos ayeres vacíos”1.

Mis hermanos y hermanas, no hay un mañana para recordar si no hacemos algo hoy.

He compartido previamente con ustedes un ejemplo de esta filosofía. Creo que vale la pena repetirla. Hace muchos años, Arthur Gordon escribió lo siguiente en una revista nacional:

“Cuando yo tenía más o menos 13 años y mi hermano 10, papá había prometido llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono: un asunto urgente requería su atención en el trabajo. Nos preparamos para la desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso tendrá que esperar’.

“Cuando él volvió a la mesa, mamá sonrió. ‘Sabes que el circo vuelve a cada rato, ¿no?’, dijo ella.

“‘Lo sé’, dijo papá, ‘pero la niñez no’”2.

Si tienen hijos que han crecido y se han ido, con toda seguridad ha habido ocasiones en las que han experimentado sentimientos de pérdida y han reconocido que no apreciaron ese tiempo de la vida como deberían haberlo hecho. Desde luego, no se puede retroceder, sólo ir hacia adelante. En lugar de lamentarnos del pasado, deberíamos aprovechar al máximo el hoy, el aquí y ahora, haciendo todo lo posible por crear recuerdos placenteros para el futuro.

Si todavía están criando a los hijos, tengan en cuenta que las huellas de los deditos que aparecen casi todos los días en una superficie recién limpiada, los juguetes desparramados en la casa, los montones y montones de ropa para lavar desaparecerán muy rápido y que, para su sorpresa, los extrañarán profundamente.

Las tensiones vienen a nuestra vida no importa cuáles sean las circunstancias; debemos sobrellevarlas lo mejor que podamos, pero no debemos permitir que se interpongan entre lo que es más importante, y lo que es más importante casi siempre se relaciona con las personas a nuestro alrededor. Con frecuencia suponemos que ellos deben saber cuánto los queremos; pero nunca debemos suponerlo; debemos hacérselo saber. William Shakespeare, escribió: “Quienes no muestran su amor, no aman”3. Nunca nos lamentaremos por las palabras de bondad que digamos ni el afecto que demostremos; más bien, nos lamentaremos si omitimos esas cosas en nuestra interacción con aquellos que son los que más nos importan.

Envíen esa nota al amigo que han descuidado; abracen a su hijo; abracen a sus padres; digan “te quiero” con más frecuencia; siempre den las gracias. Nunca permitan que el problema que se tenga que resolver llegue a ser más importante que la persona a la que se tenga que amar. Los amigos se mudan, los hijos crecen, las personas que amamos fallecen. Es tan fácil dar las cosas por sentado, hasta el día en que ellos se van de nuestras vida y nos quedamos con estos sentimientos: “qué hubiera pasado si” o “si sólo”. La autora Harriett Beecher Stowe dijo: “Las lágrimas amargas que se derraman sobre la tumba son por palabras que no se dijeron y cosas que no se hicieron”4.

En la década de los años 60, durante la guerra de Vietnam, un miembro de la Iglesia, Jay Hess, que era aviador, fue derribado en el norte de Vietnam. Durante dos años su familia no tenía idea si estaba vivo o muerto. Los que le capturaron en Hanoi finalmente le permitieron escribir a casa, pero debía limitar su mensaje a 25 palabras. ¿Qué diríamos ustedes y yo a nuestra familia si estuviésemos en la misma situación— si no la hubiésemos visto durante más de dos años y sin saber si la veríamos otra vez? Con el deseo de mandar algo que su familia reconociera que provenía de él y también con el deseo de darles consejo valioso, el hermano Hess escribió lo siguiente: “Estas cosas son importantes: el matrimonio en el templo, la misión, la universidad. Sigan adelante, establezcan metas, escriban historia, tomen fotos dos veces al año”5.

Saboreemos la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor con amigos y familiares. Algún día, cada uno de nosotros se quedará sin mañanas.

En el libro de Juan en el Nuevo Testamento, capítulo trece, versículo treinta y cuatro, el Salvador nos amonesta: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.

Tal vez algunos de ustedes estén familiarizados con la novela clásica de Thornton Wilder, titulada Nuestra ciudad. Si es así, recordarán la ciudad de Grover’s Corners, donde el relato se lleva a cabo. En la obra, Emily Webb muere al dar a luz, y nos enteramos de la angustiosa soledad de su joven esposo, George, quien se quedó con su hijito de cuatro años. Emily no desea descansar en paz; desea volver a sentir las alegrías de su vida, por lo que se le concede el privilegio de volver a la tierra y revivir su décimo segundo cumpleaños. Al principio es emocionante ser joven de nuevo, pero muy pronto se esfuma esa alegría. El día ya no es divertido, ahora que Emily sabe lo que le aguarda en el futuro. Es un dolor insoportable al darse cuenta de que había estado totalmente ajena al significado y a la maravilla de la vida mientras vivía. Antes de volver a su última morada, Emily se lamenta: “¿Son conscientes los seres humanos de la vida mientras aún la viven, en todos y cada uno de los minutos?”.

El que nos demos cuenta de lo que es más importante en la vida va de la mano con la gratitud que sentimos por nuestras bendiciones.

Un conocido autor dijo: “Tanto la abundancia como la carencia de ella existen simultáneamente en nuestra vida, como realidades paralelas. Siempre debemos decidir cuál jardín secreto cuidaremos… Cuando decidimos pasar por alto las cosas que nos faltan en la vida, y en cambio sentimos gratitud por la abundancia que tenemos: amor, salud, familia, amigos, trabajo, los gozos de la naturaleza y las empresas personales que nos traen [felicidad], el terreno baldío de la ilusión desaparece y experimentamos el cielo en la tierra”6.

En Doctrina y Convenios, sección 88, versículo 33, se nos dice: “Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva”.

Horacio, el antiguo filósofo romano, amonestó: “Toma con mano agradecida cada hora con la que Dios te haya bendecido, y no pospongas tus alegrías año tras año, para que en cualquier lugar en el que hayas estado, puedas decir que felizmente has vivido”.

Hace muchos años me conmovió la historia de Borghild Dahl, que nació en Minnesota en 1890 de padres noruegos, y que desde temprana edad sufrió serios problemas de la vista. Ella tenía un enorme deseo de participar de la vida cotidiana a pesar de su impedimento y, con tenaz determinación, logró el éxito en casi toda tarea que emprendió. En contra de los consejos de los maestros, que pensaban que el impedimento era sumamente grande, ella asistió a la Universidad de Minnesota, donde recibió una licenciatura; más tarde estudió en la Universidad Columbia y en la Universidad de Oslo. Finalmente llegó a ser directora de ocho escuelas en el oeste de Minnesota y Dakota del Norte.

Fue autora de diecisiete libros y en uno de ellos escribió lo siguiente: “Sólo tenía un ojo, y estaba cubierto de cicatrices tan profundas que toda mi visión se limitaba a una pequeña abertura en el ojo izquierdo. Solamente podía ver un libro si lo sostenía cerca de la cara y si esforzaba el ojo lo más posible hacia el lado izquierdo”7.

Milagrosamente, en 1943—cuando tenía más de cincuenta años— se inventó un procedimiento revolucionario que por fin le devolvió gran parte de la vista que por tanto tiempo no había tenido. Ante ella se abrió un mundo nuevo y fascinante. Derivaba enorme placer en las cosas pequeñas que la mayoría de nosotros pasamos por alto, como ver un pájaro volar, notar la luz que se reflejaba en las burbujas del jabón del agua de los platos, u observar las fases de la luna cada noche. Terminó uno de sus libros con estas palabras: “Querido… Padre Celestial, te doy gracias; te doy gracias”8.

Borghild Dahl, tanto antes como después de recuperar la vista, sintió inmensa gratitud por sus bendiciones.

En 1982, dos años antes de que muriera a los 92 años de edad, se publicó su último libro, titulado: Feliz toda mi vida. Su actitud de agradecimiento le permitió apreciar sus bendiciones y vivir una vida plena y abundante a pesar de sus dificultades.

En 1 Tesalonicenses, en el Nuevo Testamento, capítulo cinco, versículo dieciocho, el apóstol Pablo nos dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios”.

Recuerden conmigo el relato de los diez leprosos:

“Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos

“y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!

“Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban fueron limpiados.

“Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz,

“y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.

“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?

“¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”9.

En una revelación dada a través del profeta José Smith, el Señor dijo: “Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”10. Ruego que nos encontremos entre aquellos que den las gracias a nuestro Padre Celestial. Si la ingratitud se encuentra entre los pecados más graves, entonces la gratitud toma su lugar entre las más nobles de las virtudes.

Pese a los cambios que vengan a nuestra vida, y con gratitud en nuestros corazones, ruego que, en todo lo posible, llenemos nuestros días con las cosas que son de más importancia. Ruego que valoremos a nuestros seres queridos y les expresemos nuestro amor tanto en palabra como en hechos.

Para finalizar, ruego que todos reflejemos gratitud por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Su glorioso Evangelio proporciona las respuestas a los interrogantes más grandes de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde va mi espíritu al morir?

Él nos enseñó a orar; Él nos enseñó a servir; Él nos enseñó a vivir. Su vida es un legado de amor; sanó al enfermo; animó al afligido; salvó al pecador.

Llegó la hora cuando estuvo solo; algunos apóstoles dudaron y uno lo entregó. Los soldados romanos le atravesaron el costado; la chusma le quitó la vida. Desde el monte de la Calavera aún se oyen sus palabras caritativas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”11.

Previamente, tal vez al percibir la culminación de Su misión terrenal, se lamentó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”12. “No hay lugar en el mesón”13 no fue una expresión singular de rechazo, sino la primera. No obstante, Él nos invita a ustedes y a mí a recibirlo. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”14.

¿Quién era este Hombre de dolores, experimentado en pesares? ¿Quién es el Rey de gloria, este Señor de los ejércitos? Es nuestro Maestro; es nuestro Salvador; es el Hijo de Dios; el Autor de nuestra salvación. Él nos llama: “Sígueme”15. Él manda: “Ve, y haz tú lo mismo”16. Él suplica: “Guarda mis mandamientos”17.

Sigámosle; emulemos Su ejemplo; obedezcamos Su palabra, y al hacerlo, le brindamos el divino don de la gratitud.

Hermanos y hermanas, mi sincera oración es que nos adaptemos a los cambios en nuestra vida, que nos demos cuenta de lo que es más importante, que siempre expresemos nuestra gratitud y de ese modo encontremos gozo en el trayecto. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas
1. Meredith Willson y Franklin Lacey, The Music Man, 1957.

2. Arthur Gordon, A Touch of Wonder , 1974, págs. 77–78.

3. William Shakespeare, “Los dos hidalgos de Verona”.

4. Harriet Beecher Stowe, en Gorton Carruth y Eugene Erlich, comp., The Harper Book of American Quotations, 1988, pág. 173.

5. De correspondencia personal.

6. Sarah Ban Breathnach, en John Cook, comp., The Book of Positive Quotations, 2a. ed., 2007, pág. 342.

7. Borghild Dahl, I Wanted to See, 1944, pág. 1.

8. I Wanted to See, pág. 210.

9. Lucas 17:12–18.

10. D. y C. 59:21.

11. Lucas 23:34.

12. Mateo 8:20.

13. Véase Lucas 2:7.

14. Apocalipsis 3:20.

15. Marcos 2:14.

16. Lucas 10:37.

17. D. y C. 11:6.

Y el discurso de cierre. Sesión del Sábado por la Tarde
Hasta que volvamos a vernos
Presidente Thomas S. Monson

Seamos buenos ciudadanos de las naciones donde vivimos y buenos vecinos en nuestras comunidades, sirviendo a las personas de otras religiones al igual que a las de la nuestra.

Hermanos y hermanas, concordarán conmigo en que ésta ha sido una conferencia muy inspiradora. Hemos sentido el Espíritu del Señor en gran abundancia en estos dos días al conmoverse nuestro corazón y fortalecerse nuestro testimonio de esta divina obra. Estoy seguro de que represento a los miembros de la Iglesia en todas partes al expresar mi agradecimiento a las autoridades y a las hermanas que nos han dirigido la palabra. Me vienen a la memoria las palabras de Moroni que se encuentran en el Libro de Mormón: “Y los de la iglesia dirigían sus reuniones de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu, y por el poder del Espíritu Santo; porque conforme los guiaba el poder del Espíritu Santo, bien fuese predicar, o exhortar, orar, suplicar o cantar, así se hacía”1.

Que recordemos por mucho tiempo lo que hemos escuchado en esta conferencia general. Cada uno de los mensajes se imprimirá en las revistas Ensign y Liahona del próximo mes. Les insto a estudiarlos y a meditar en las enseñanzas que contienen.

A las Autoridades Generales que fueron relevadas en esta conferencia expresamos nuestro profundo agradecimiento por sus muchos años de servicio dedicado. Todos los miembros de la Iglesia se han visto beneficiados por sus innumerables contribuciones.

Les aseguro que nuestro Padre Celestial está al tanto de los desafíos que enfrentamos en el mundo de hoy. Nos ama a cada uno y nos bendecirá conforme nos esforcemos por guardar Sus mandamientos y por acudir a Él en oración.

Somos una Iglesia global. Tenemos miembros en todo el mundo. Seamos buenos ciudadanos de las naciones donde vivimos y buenos vecinos en nuestras comunidades, sirviendo a las personas de otras religiones al igual que a las de la nuestra. Seamos hombres y mujeres de honestidad e integridad en todo lo que hagamos.

En el mundo hay quienes pasan hambre; hay quienes viven en la miseria. Trabajando juntos, podemos aliviar el sufrimiento y abastecer a los necesitados. Además del servicio que prestan al velar unos por otros, sus generosas contribuciones a los fondos de la Iglesia nos permiten responder casi de inmediato cuando ocurre algún desastre en cualquier lugar del mundo. Casi siempre somos uno de los primeros en llegar para brindar toda la ayuda posible. Les damos las gracias por su generosidad.

Hay otras dificultades en la vida de algunos. En especial entre los jóvenes, hay quienes trágicamente están involucrados en cosas como drogas, inmoralidad, pandillas y todos los serios problemas que acompañan a esas actividades. Además, hay quienes están solos, entre ellos las viudas y los viudos, que añoran la compañía y el interés de los demás. Estemos siempre atentos a las necesidades de los que nos rodean y seamos prestos para extender una mano de ayuda y un corazón amoroso.

Hermanos y hermanas, cuán bendecidos somos de que los cielos en realidad estén abiertos, de que la Iglesia restaurada de Jesucristo se encuentre hoy sobre la tierra y de que la Iglesia esté fundada sobre la roca de la revelación. Sabemos que la revelación continua es el alma del Evangelio de Jesucristo.

Que cada uno de nosotros regrese a salvo a su hogar; que vivamos en paz, armonía y amor; que nos esforcemos diariamente por seguir el ejemplo del Salvador.

Que Dios les bendiga, mis hermanos y hermanas. Les agradezco sus oraciones por mí y por todas las Autoridades Generales. Estamos sumamente agradecidos por ustedes.

En una de las obras teatrales de Christopher Marlowe, La trágica historia del doctor Fausto, se describe a una persona, el Dr. Fausto, que eligió no hacer caso a Dios y seguir el sendero de Satanás. Al final de su vida inicua, y al enfrentarse a la frustración de oportunidades perdidas y al castigo seguro que se aproximaba, se lamentó: “Sí existe angustia más abrasadora que el fuego encendido: el exilio eterno de la presencia de Dios”2.

Mis hermanos y hermanas, así como el exilio eterno de la presencia de Dios es la angustia más abrasadora, así también la vida eterna en la presencia de Dios es nuestra meta más preciada.

Con todo el corazón y el alma ruego que sigamos luchando por alcanzar ese galardón tan preciado.

Les testifico que esta obra es verdadera, que nuestro Salvador vive y que Él guía y dirige Su Iglesia aquí sobre la tierra. Me despido, mis hermanos y hermanas, hasta que volvamos a vernos en seis meses. En el nombre de Jesús de Nazaret, nuestro Salvador y Redentor, a quien servimos. Amén.

Notas
1. Moroni 6:9.

2. Véase “Deviled Marlowe,” Time, 16 de octubre de 1964, página 77.

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